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  Dirección y contenidos PATRICIA GARCÍA, periodista

19/6/12

Qué es el barrio

El barrio parece ese límite geográfico que casi siempre vamos a desconocer. Poca gente sabe dónde empieza y termina su barrio, pero todos sienten ese barrio cuando saben hacer ...vida de barrio. Los vecinos amigos, las baldosas que ya conocen nuestros pies de memoria, el centro de compras por más mínimo que sea y la historia ajena que converge en la propia.  Para mi madre, que añoró eternamente su barrio, San Cristóbal, esa vida era jugar en la vereda hasta que mi abuela pegaba el grito para cenar, o asomarse a la puerta hasta que pasara el dueño de sus ilusiones.
Más riguroso, el historiador Angel O. Prignano*  intenta buscar un origen académico de esas geografías: 


El vocablo barrio tiene, por cierto, un origen claramente territorial. Según Corominas, proviene del árabe barr, que significa ‘afueras (de una ciudad)’,
o más precisamente del derivado árabe barrî ‘exterior’, del árabe vulgar bárri. La traducción del término en otros idiomas es difícil, pues en cada sociedad hay distintas formas de definirlo, determinarlo o sentirlo, y muchas veces se mezclan los conceptos barrio y vecindario. En francés se habla de quartier, en italiano de quartiere, en inglés existe la dualidad neighborhood-district y en alemán están las expresiones ortsteil y stadtviertel que dan la idea de lugar o parte de un lugar.

En Buenos Aires se reconoce un estadio previo al barrio propiamente dicho: el vecindario. De ello da cuenta Scobie: “En 1910, la mayoría de los porteños seguía considerando al vecindario –no al barrio o la parroquia- como el centro principal de su vida fuera del hogar. Pero en la primera década del siglo XX el barrio había llegado a la cúspide de su importancia psicológica, social y económica. 
En este Buenos Aires en expansión existían innumerables vecindarios y cuadras, con frecuencia de límites y lealtades imprecisos y cambiantes. Los talleres, almacenes, carnicerías, panaderías y cafés desempeñaban un importante papel en la vida de los vecinos. Los chismes locales, el juego de niños y la escuela primaria suministraban contactos y satisfacciones. Podía caminarse por sombreadas calles de tierra a pocas cuadras de cualquiera de las grandes vías de tránsito y sentirse lejos de la metrópoli.”

Gorelik coincide con Scobie en llamar vecindarios a las “avanzadas domésticas” sobre los suburbios y colocar en la misma década la aparición de “una nueva unidad urbana, el barrio”. Y señala que no se trata de “una definición jurisdiccional, aplicable a sectores de la ciudad en cualquier momento de la historia, sino la aparición de un fenómeno preciso en Buenos Aires: es el barrio suburbano moderno, como fenómeno material, social y cultural; la novedosa producción de un espacio público local que reestructurará la identidad de los heterogéneos sectores populares en el suburbio”.

Mario Sabugo, por su parte, lo sintetiza así: “El barrio es una institución, una forma específica de organización comunitaria, que se puede describir en base a sus creencias y actividades; y es asimismo un territorio, según sus características físicas tanto naturales como artificiales”.

Pero el barrio también es –y me parece que ante todo- la actitud de quienes lo habitan, un modo de estar en un determinado lugar, quizá el mero estar americano del que hablaba Kusch. Con toda razón, Norberto H. García Rozada tituló uno de sus escritos: “Garay fundó la ciudad y los porteños, los barrios”. La expresión es de lo más acertada; fueron los propios vecinos quienes colonizaron los nuevos territorios porteños –los suburbios- y definieron sus características a través de las culturas que trajeron, las instituciones que crearon y las redes sociales que tejieron. Son el alma de los barrios. Y del propio García Rozada tomo palabras que hago mías: “Alma, sí. No es audaz esa calificación porque Buenos Aires despojada de sus barrios sería, acaso, tan sólo una corteza insustancial, peregrina e inexpresiva acumulación de inmuebles y de asfaltos carentes de espíritu y tradiciones.” Cada barrio es una célula del tejido ciudadano y en cada célula se agitan los átomos de una barrialidad específica.

Aunque parezca contradictorio, se trata de un espacio armónico en el que actúan sensaciones y sentimientos dispares en un juego de opuestos, donde se mezclan disputas y avenencias, amores y odios, alegrías y sinsabores. Es, paradójicamente, el escenario donde puede hallarse el equilibrio de estos opuestos, en el que se da y a la vez se encauza esa tensión vital. ¿La versión vernácula del yin y el yang de la filosofía oriental? La ciudad es el caos y el barrio, el orden.

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Si de límites tenemos que hablar, sin embargo, es imposible decir dónde termina un barrio y en qué lugar empieza el otro. Hasta resulta odioso afirmar que dos vecinos que viven en la misma calle, en la misma cuadra, pero en veredas opuestas, habitan barrios distintos. A veces es inútil tratar de sacarlos del error –supuesto- de que no pertenecen al barrio que corre por la vereda de enfrente. Intentar convencerlos podría insumir largas argumentaciones y como resultado el descreimiento del interlocutor y hasta su enojo. Es que el tan característico “yo soy de” no sólo encierra el sentido de pertenencia o la reclamación de procedencia, que muchas veces excede los límites preestablecidos para tal o cual barrio, sino también el de identidad, pasión única y a la vez compartida. Saber de donde se procede le dice a uno quien es.

Ese sentido de pertenencia tiene que ver con la estadía continua. La mudanza de barrio en barrio en nada contribuye a mantener tal condición; más bien conspira contra ella, pues la neutraliza y la diluye. Carlomagno lo sabía al ordenar traslados masivos de las tribus rebeldes de Sajonia para que perdieran el motor de sus luchas. En la Grecia y Roma antiguas, por cierto, el destierro era peor que la muerte.

La ordenamiento barrial de Buenos Aires debe entenderse, de una vez por todas, como una unión dinámica comprendida desde otra perspectiva y lejos de los burócratas municipales. En términos cartográficos podría parecerse a la representación de un territorio montañoso, con manchas oscuras (los cumbres) y zonas conectivas en distintos tonos de intensidad (las laderas y los valles). Las manchas oscuras bien definidas son los núcleos urbanos que corresponden a cada uno de los barrios porteños reconocidos oficialmente o no como tales, los cascos fundacionales locales que no son discutidos por nadie. El tejido conectivo, representado por tonos que suben de intensidad a medida que se acercan a los puntos oscuros y bajan cuando se alejan, es la zona gris e indefinida donde coexisten pertenencias concretas junto a otras indeterminadas y hasta algunas combinadas, pues no faltan quienes sostienen su bibarrialidad al haber nacido en un barrio y residir en otro.

Es que hay otra división en la que intervienen disímiles factores emparentados generalmente con las sensaciones y afectos de los que la definen: los propios vecinos. Son ellos quienes, con todo derecho, adhieren a la barrialidad que sienten tener, al margen de normativas, mapas y otras regulaciones impuestas desde afuera. Son de tal barrio y no de otro. Viven en este barrio y no en aquel otro.

Muchas cosas unen a todos los porteños: la discusión, la mesa de café, su música, acaso la manera de verse uno en el otro, por nombrar algunas. Porque Buenos Aires no está definida ni cimentada por su fragmentación en barrios, sino por el diálogo entre ellos.

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En el afán de determinar el espacio de estas sensaciones y teniendo en cuenta además otras cuestiones, quizá haya llegado el momento de hablar de barriadas constituidas por sectores de barrios o grupos de dos o más barrios relacionados entre sí por características comunes, como la topografía, el tipo de urbanización, el uso del espacio, etc. El Bajo Flores, por ejemplo, tiene más concomitancias con el norte de Villa Soldati y Nueva Pompeya que con el centro de Flores. De hecho, el lugar donde se encuentra el estadio Nuevo Gasómetro del club San Lorenzo está identificado popularmente con el Bajo Flores y no fue hasta 2007 que quedó oficializada tal pertenencia, después de la última modificación de límites barriales. La ordenanza vigente hasta entonces lo tenía en jurisdicción de Nueva Pompeya. Los relatores y periodistas deportivos han contribuido a divulgar su vinculación geográfica con el Bajo Flores, aunque no fueron ellos quienes la impusieron; tal caracterización territorial ya estaba incorporada de antemano en el sentir de los vecinos antes de que el club construyera su estadio. Algo similar ocurre con el estadio Monumental de River Plate, ubicado en Belgrano y no en Núñez, como está difundido.

Por otra parte, uno no puede desconocer los virtuales Barrio Norte, Once, Congreso, Abasto, Tribunales, Barrio River, Barrio Parque y Las Cañitas, entre otros. No aparecen en los registros oficiales, pero tienen existencia real para los vecinos, para los periodistas y sobre todo para los operadores inmobiliarios. Tampoco se puede evitar preguntar cuántos Palermos, Belgranos, Flores y Villacrespos podemos encontrar, dado que armenios, chinos, coreanos y judíos crearon allí sus propios towns. Es que la diversidad hace a la democracia y una óptima red social se sustenta con el aporte solidario de todos sus integrantes, cualquiera sea el nivel económico en que se muevan, raza a la que pertenezcan o creencia que profesen.

También se da lo contrario, es decir barrios que tranquilamente podrían amalgamarse dadas sus concordancias geográficas, históricas y sociológicas. En este caso, es posible imaginar una de estas barriadas integrada por los barrios del Centro, otra por Villa Real y Versalles, una tercera por Floresta y Vélez Sarsfield, y otra más por Coghlan, Núnez y Saavedra, por nombrar sólo algunos casos. Dicho esto, queda abierto el debate.

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Todas estas cuestiones me hacen pensar sobre las ideas que andan dando vueltas sobre la creación de nuevos barrios tomando obviamente territorios de los existentes. Según parece, algunas entidades y legisladores de la ciudad abogan por la promulgación de leyes que los homologuen, sin darse cuenta de que los vecinos no necesitan títulos ni disposiciones oficiales para que existan. Una breve encuesta en distintos sectores de la ciudad nos revelaría un sinnúmero de sensaciones en ese sentido. ¿Acaso muchos vecinos de Balvanera no dicen pertenecer a Congreso, Once o el Abasto? ¿Y en Caballito no están los que se reconocen como vecinos de Primera Junta, Parque Rivadavia, Plaza Irlanda o Parque Centenario? Y así podríamos seguir. ¿Es, entonces, que se van a dictar leyes para oficializar estas y otras denominaciones que puedan aparecer? ¿Qué hay, además, de los nombres que se han perdido? Corrales, Los Olivos, Villa Alvear, Villa Centenario, Villa o Nuevo Chicago, Villa Malcom, Villa Mazzini, Villa Modelo. ¿Aparecerán quienes quieran reivindicarlos asignándoles nuevos territorios?

Me pregunto si no sería mejor derogar la ordenanza de 1972 que impuso límites a los barrios y dejar que sea el propio vecino quien decida a cuál desea pertenecer o sienta que pertenece. Seguramente no cometerá los gruesos errores que la mencionada ordenanza cometió. De todos modos, las fronteras que ha establecido son prácticamente desconocidas por la población de Buenos Aires (lo propio ocurre en todas las ciudades del mundo), no obstante que ya han pasado más de tres décadas de su promulgación.

Se podrá argüir que ahora sí, las quince comunas creadas por la Legislatura como consecuencia de la ley del 1° de septiembre de 2005 tomaron los límites barriales. Pero esta decisión se acerca más a las cuestiones político-económico-administrativas y los intereses partidarios que a las percepciones y necesidades de los vecinos. Tanto que, un año después, se debió ajustar los límites de cuatro de estas comunas a fin de evitar la división de algunas villas miseria en jurisdicciones distintas. Es que, como ha quedado dicho, estos conglomerados son una unidad en sí mismos y no valen límites barriales que pasen por el interior de ellos.

Insisto: los vecinos tienen en cuenta otras razones para definir su pertenencia a tal o cual barrio. Todos los porteños notifican la suya en algún momento de sus vidas. Una buena parte lo hace a cada rato, con orgullo y sin tapujos. Asumen una postura exaltada que llevan a todas partes. Fronteras afuera son argentinos; en Buenos Aires son de un barrio. Más allá de los límites de la ciudad exhiben su porteñidad; hacia adentro marcan su territorio, fijan su barrialidad. El barrio es una táctica de vida.

Una táctica que un viejo vecino, con quien compartí la barrialidad bajoflorense por muchos años sin que la diferencia de edad fuera un obstáculo para conversar de todo, quizá sin saberlo me confesó en una de esas charlas que manteníamos cotidianamente: “Nací en la casa de mis padres que ahora es la mía, me bautizaron en la iglesia Santa Clara, fui a la escuela de San Pedrito y Avenida del Trabajo, me casé también en Santa Clara, varias veces me curaron en el hospital Piñero, trabajé en un taller del barrio y puedo asegurarte que cuando estire la pata me van a enterrar en el cementerio de Flores o a cremar en la Quema.”

Es indudable que muchos vecinos NyC (Nacidos y Criados) de cualquier barrio podrían ser tan autosuficientes como él y ostentar el mismo atributo de completar su ciclo de vida sin salir prácticamente de su lugar de nacimiento. Me consta que este buen hombre está enterrado en el cementerio de Flores y me atrevería a afirmar que su último vaticinio no se cumplió porque, cuando murió, la Usina Incineradora de Basuras de Flores ya había sido demolida, que si no...


Angel O.Prignano: historiador, porteño. Cuenta con numerosas publicaciones sobre Buenos Aires y fue en 1999 uno de los fundadores de la revista Historias de la Ciudad.